Comentario
El ataque a la fortificada isla de Pantelaria, considerada por los italianos prácticamente inexpugnable, constituyó el prólogo al desembarco en Sicilia. Este enclave disponía de todos los medios -físicos, humanos y materiales- suficientes para enfrentarse a un ataque en toda regla lanzado en contra suya. Cuatrocientos veinte oficiales y once mil soldados constituían su guarnición, apoyados en un estimable conjunto armamentístico que comprendía cañones de costa, de campaña, antiaéreos y ametralladoras pesadas. Además, se encontraban en la isla unos dos centenares de alemanes que actuaban en los servicios de radiotelegrafía y localización aérea.El día nueve de junio se inició, pues, el ataque contra esta verdadera llave de paso hacia Sicilia. Un fuerte bombardeo aéreo fue apoyado también con la acción de la artillería naval. En las siguientes horas, el lanzamiento de panfletos que invitaban a la rendición se complementó con el de las bombas. Estas no causarían muchos desperfectos en ningún caso, pero doblegaron la moral de resistencia de la guarnición. Mientras tanto, el reducido contingente alemán allí establecido evacuó la isla.El 11, el almirante Pavesi, supremo jefe militar, comunicó a sus superiores que todas las posibilidades se hallaban agotadas, por lo que se imponía la rendición. Mussolini se vio obligado a aceptar la realidad de los hechos y, de esta forma, a las 11,30 horas de aquel mismo día el primer espacio de territorio italiano era ocupado por las fuerzas aliadas. El 12, las pequeñas islas de Lampedusa y Linosa, desprovistas de medios de defensa, se rindieron ante sus atacantes, tras haber sido sometidas a unos bombardeos previos.Los objetivos de las fuerzas atacantes eran complementarios sobre el territorio de Sicilia, a partir de la actuación del XV Grupo de ejércitos comandado por el general Alexander. Así, los generales británicos Montgomery, Leese y Dempsey dirigirían su acción sobre la zona oriental, en dirección a la ciudad de Messina. De forma paralela, los generales norteamericanos Patton y Bradley partirían del centro de la costa sur para dirigirse hacia Palermo, la capital. Los puertos de Siracusa y Augusta, junto con los aeródromos de Catania, eran los objetivos principales de los primeros; para los segundos, las ciudades de Gela y Licata constituían las iniciales bases de desembarco y estabilización.La operación invasora se había preparado para el día 10 de julio, pero ya la víspera los aliados comenzaron a lanzar bombardeos sobre varias localidades y, con ánimo de confundir a sus adversarios, arrojaron centenares de maniquíes que simulaban ser paracaidistas. Sin embargo este prólogo aéreo no obtendría los resultados previstos, ya que la inadecuada actuación de los pilotos vendría a unirse a las malas condiciones atmosféricas imperantes en perjuicio final del efecto de la acción. Así, los paracaidistas no fueron lanzados en su mayor parte en las zonas previstas, lo que inutilizaría su actividad con respecto a los objetivos perseguidos.A nadie sorprendió el desembarco del 10 de julio. La observación aérea del Eje había detectado las escuadras y largos convoyes aliados. Pero sí fue una sorpresa el punto de desembarco: el sur de la isla, entre Cassibile y Licata: un litoral de 180 kilómetros defendido tan sólo por la 206 división y la 18.ª brigada costera.La artillería naval barrió pronto las defensas del litoral y la escasa guarnición de tan larga línea, sin apoyo de artillería ni blindados, fue arrollada por las fuerzas de desembarco, más numerosas y bien cubiertas por el fuego de sus buques.El contraataque germano-italiano con divisiones blindadas rechazó a los norteamericanos hasta la costa, pero sufrieron muchas pérdidas por la acción de los cañones de la escuadra y hubieron de retirarse. Mientras tanto, en el sureste de la isla, Montgomery ocupaba casi sin resistencia Siracusa y Augusta.La lucha incrementó su dureza en el interior de la isla, donde la protección de la escuadra se perdía. Con todo, el 14 de julio enlazaban el 7.° Ejército norteamericano y el 8.° británico en la zona de Ragusa, con lo que su cabeza de puente podía darse por absolutamente consolidada.Comenzó entonces la carrera hacia Messina, intentando el copo de las tropas del Eje en la isla. Montgomery espoleó a su 8.° Ejército para abrirse paso por la carretera del litoral oriental, pero conforme avanzaban los días la resistencia se hizo más encarnizada y el progreso británico concluyó ante Siracusa.Pero en esas fechas ya eran los alemanes quienes dirigían la defensa de la isla y el general Kesselring metió en ella dos regimientos de paracaidistas y una división blindada más. Patton con su 7.° Ejército pudo progresar con gran rapidez por la costa occidental, tomando Palermo el 22 de julio, mientras cortaba en dos direcciones el interior de la isla, dispuesto con su habitual agresividad a ganarle a Montgomery en su carrera hacia Messina, llave del continente. No pudo conseguirlo: le salieron al paso las fuerzas alemanas, mandadas por el general Hube, y le frenaron en seco junto a San Stefano.Las tropas del Eje formaron una fuerte línea apoyada en el volcán Etna y sus estribaciones, cerrando a los aliados el acceso al triángulo noreste de Sicilia. Resistieron en ella cómodamente hasta comienzos de agosto, pero su situación se degradó con el paso de los días: nuevos desembarcos angloamericanos habían metido en la isla un total de 11 divisiones y la puesta en servicio de los aeropuertos de Comiso y Ragusa daban a los aliados un completo dominio del aire.Los alemanes dispusieron, pues, la retirada. Concentraron en el estrecho de Messina cuanta artillería antiaérea pudieron reunir y en los aeropuertos del sur de Italia lo mejor de su aviación. Con ese paraguas, Hube logró replegarse lentamente hacia la península italiana y trasladar a ella dos tercios de sus efectivos. En la madrugada del 17 de agosto, los últimos alemanes evacuaban Messina y sólo algunos grupos de retaguardia combatieron algunas horas más para retrasar el avance aliado. A las 10 de la mañana, los angloamericanos penetraban en las calles de la ciudad.Según datos del comandante en jefe de la operación, general Alexander, los aliados capturaron en Sicilia 132.000 prisioneros -italianos en su mayoría- con 260 carros de combate y medio millar de cañones. Los muertos del Eje sumaban 8.603 (4.278 italianos y 4.725 alemanes). Las bajas aliadas pueden considerarse muy moderadas: 7.541 (de ellos 4.299 eran muertos).Era, pues una gran victoria, pero quedó en el alto mando aliado un regusto amargo: no fueron capaces de impedir que embarcaran hacia el continente unos 100.000 hombres (60.000 italianos y 40.000 alemanes) con más de 300 tanques y un millar de cañones.El papel de la marina italiana estuvo en consonancia con su trayectoria en el conflicto. No intervino la flota de superficie, falta como siempre de apoyo aéreo y de coraje; pero sí sus submarinos, que lograron averiar gravemente un crucero y un portaaviones y hundir 6 mercantes de los convoyes aliados, pagando el fuerte precio de 8 sumergibles.